(Ficcion a partir de pequeñas verdades)
Sonaba en el supermercado esa canción de los Bee gees, no recuerdo bien el nombre, algo como how deep is… No importa. Era un cover y las voces eran interpretadas por un piano con sonido artificial. Si no fuera por ese ruidito no hubiera notado que estaba en el supermercado.
Ella, claro, no se dio cuenta de la canción. Estaba tensa. Yo también estaba tenso, y me apoyaba en el carrito tratando de parecer indiferente. Ella trataba de hacer como si supiera qué estaba buscando, mirando cada producto con sospecha. A ella no le gustaba la comida picante, así que fue obvio que algo raro pasaba cuando se quedó con la vista hundida en una lata de chile jalapeño. Estábamos incómodos y los sabíamos: desayuno silencioso, preguntas sobre cosas que ya sabíamos y esa obsesión de mirar el número del ascensor, habían sido el preludio. Estaba claro que el tiempo no compra comodidad; a lo más regala un poco más de tiempo.
Entonces, ella posó su mano sobre la lata de chile jalapeño, como tratando de sentir su alma mexicana, y luego de soltar un suspiro me miró y movió los labios -Ya no funciona. Quiero irme-. Se dio vuelta, empezó a caminar; yo me quede apoyado en el carro y escuche como la lata cayo al suelo. Ella miro de reojo y siguió caminando. Yo recogí la lata abollada y leí “Duración: 2 años a partir de la fecha de elaboración”. Ella salía del pasillo ése, donde ponen las ampolletas, y esquivaba una caja con escobas. La lata no tenia impresa la fecha de elaboración. Una señora la miró feo, pensando que quería colarse en la fila para la caja. No había forma de saber la fecha de vencimiento. Ella dejo atrás las cajas y con un suave giro del tobillo desapareció de mi vista. ¿La lata iba a durar para siempre?
Ella, claro, no se dio cuenta de la canción. Estaba tensa. Yo también estaba tenso, y me apoyaba en el carrito tratando de parecer indiferente. Ella trataba de hacer como si supiera qué estaba buscando, mirando cada producto con sospecha. A ella no le gustaba la comida picante, así que fue obvio que algo raro pasaba cuando se quedó con la vista hundida en una lata de chile jalapeño. Estábamos incómodos y los sabíamos: desayuno silencioso, preguntas sobre cosas que ya sabíamos y esa obsesión de mirar el número del ascensor, habían sido el preludio. Estaba claro que el tiempo no compra comodidad; a lo más regala un poco más de tiempo.
Entonces, ella posó su mano sobre la lata de chile jalapeño, como tratando de sentir su alma mexicana, y luego de soltar un suspiro me miró y movió los labios -Ya no funciona. Quiero irme-. Se dio vuelta, empezó a caminar; yo me quede apoyado en el carro y escuche como la lata cayo al suelo. Ella miro de reojo y siguió caminando. Yo recogí la lata abollada y leí “Duración: 2 años a partir de la fecha de elaboración”. Ella salía del pasillo ése, donde ponen las ampolletas, y esquivaba una caja con escobas. La lata no tenia impresa la fecha de elaboración. Una señora la miró feo, pensando que quería colarse en la fila para la caja. No había forma de saber la fecha de vencimiento. Ella dejo atrás las cajas y con un suave giro del tobillo desapareció de mi vista. ¿La lata iba a durar para siempre?
Ese día la luz azul del televisor en mi cuarto oscuro iluminaba mi tenedor clavado en un chile jalapeño.