Dedicado a mis calzoncillos (lavados hoy).
Un buen día Democracia despertó y se puso a buscar sus calzoncillos. Democracia no era de los que se bañan antes de vestirse por las mañanas. Y justo ese día, a Democracia no le quedaban calzoncillos limpios. Por cierto, Democracia es mujer, lo que quiere decir (¿Quién sabe bien en realidad?), que no tiene cosita. Pero Democracia siempre se sintió como un hombre. Ella creía que lo suyo eran los deportes rudos y las apuestas. Por eso, cuando los curas, los psicoanalistas y las mujeres, y los hombres, empezaron a molestarla le dijo a su mamá; «Mamá, me voy a la chucha», y se fue a la conchesumare. También se iba por su papá, que no tomaba muy a bien que su hijita quisiera ser un hombre. Él hubiera preferido que no fuera nada. Y cómo Democracia siempre fue una mujer de palabra, pero, más que nada, una mujer de mucha plata, agarro el primer avión y partió hacia el norte.
Ahora, con los años, se dio cuenta de que todo lo que tenía en mente sobre Europa era un prejuicio. Ella creyó que allí lo dejarían en paz. Pero, la verdad, es que tuvo que andar vagando de país en país, haciendo amigos de mentira, los que, una vez que comprendían que lo de ella era ser hombre, rudo y activo, la abandonaban aunque seguían aparentando ser sus amigos. Así, Democracia fue una travestí conocida por toda Europa. En Chile no supieron mucho de él, excepto algunos de sus parientes y sus amigos pudientes que, de vez en cuando, viajaban a comprar pan y mermelada a Francia. Ellos se decían: « ¡Que bien que le está yendo a Democracia! ¡Bien por ella!». Con los años y sin saber cómo, Democracia regresó a Chile. Se sintió bien recibida, a pesar de llegar con los pantalones y los calzoncillos bien puestos. A todo esto, Democracia aún seguía buscando calzoncillos en la mañana de ese buen día. Ya se había decidido a lavar algunos en su lavadora mademsa. Y como decía, Democracia se encontró con los amigos que habían oído de ella en Europa. No encontró a sus antiguas novias, ni a sus amigos rudos, a veces ni siquiera encontró a sus parientes. Por supuesto sus amigos pudientes no sabían nada de eso. Más bien, ellos estaban excitados con la llegada de Democracia y le pedían que les contara historias del viejo continente. Le preguntaban si había cachaó cuando llegó la posmaternidad, la posmasonidad, Democracia no recuerda muy bien, a Europa, y Democracia les decía que no, que seguramente había estado muy drogada ese día. Quizás todos habían estado muy drogados esos días. Y con el tiempo Democracia empezó a llevar una vida normal en Chile. Democracia trabajaba en el espectáculo y le iba la raja, todos decían «¡Que bueno el espectáculo de la Democracia!». Ja, a Democracia le encantaba todo eso, que la gente conociera su nombre y anduviera baboseándolo por todos lados. Los diarios eran los que lo hacían mejor. Pero a Democracia no le importaba mucho, simplemente se reía, ya que, en el fondo de su corazón, sabia que nadie la entendía muy bien, nadie se metería con las cosas travestidas. Le bastaba con el amor de su novia Lucrocia, con sacar a cagar a su perro Millico, y con tener un calzoncillo limpio todos los días.
Y ese buen día, Democracia se demoro más de la cuenta porque no le quedaban calzoncillos. Cómo se reiría la gente si supieran que Democracia tiene todos los calzoncillos cagaos, se decía a si mismo. Y entonces fue y prendió la lavadora mademsa que le había dejado su papá, la que había dejado en el fondo de la cocina de su apartamento. Echo un calzoncillo adentro y caminó al baño. Ese día Democracia decidió limpiarse, así que se metió en la ducha, y mientras se lavaba pensaba en Lucrocia, que se iba a enojar porque a ella le gustaba su suciedad. Son cosas que pasan, se dijo que le diría. Y entonces un pito la saco de la ducha con una toalla tapando su cosita, y corrió a ver que le pasaba a la puta lavadora. Nada; pero cuando llegó con los pies mojados y tocó la lavadora, una suave electricidad arrasó su cuerpo y le dejó con el corazón sorprendido, tendida en el piso, tiesa. Ese buen día Democracia murió, con los calzoncillos cagaos, todo por culpa de la lavadora que le había dejado su papá.
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